Translate

viernes, abril 26, 2013

¿Y, si siguiera aquí?


Nunca pasó por mi mente que aquella tarde sería una de esas que me marcarían para toda la vida. Como la mayoría de los adolescentes que se encuentran entre los quince y los dieciséis años, las hormonas de mi cuerpo andaban de arriba abajo a una velocidad casi como la de la luz. No era la primera vez que me sucedía algo similar, aquella sensación que recorría mi cuerpo cada vez que veía a ese chico que me gustaba y que recién acababa de llegar al lugar donde vivía para hacerme sentir, sin que él lo supiera, una de las mejores cosas que me pudieron haber ocurrido.

 Por coincidencias de la vida, su familia rápidamente se relacionó con la mía y por consecuencia, tuve la oportunidad de conocerle. Nathan, como le llamaré en esta historia, era un chico apuesto, alto, de piel trigueña y con un minúsculo vello que apenas aparecía por algunas partes de su cuerpo. Su físico era bastante atractivo, delgado, con piernas bien torneadas, unas manos grandes, los brazos largos y fuertes sin llegar a ser musculosos, una sonrisa atractiva, unos ojos bien abiertos protegidos por unas pestañas largas, voluminosas y su peinado de “mango chupado” que le hacía denotar las facciones de su rostro, un rostro bien definido por una mandíbula que le daba una perfecta forma oval. En pocas palabras era un hombre muy guapo que no pasaba desapercibido y era difícil no echarle una mirada de vez en cuando mientras hacía algunas de sus actividades.

Al principio, cuando lo conocí, simplemente me pareció un chico bastante agradable, ya saben, de esos que tienen una personalidad envidiable, risueño y amigable a más no poder, con confianza y seguridad en sí mismo y con una forma de cautivarte que, aunque no quisieras, al final lograba convencerte. Así era Nathan. No sabía mucho de él cuando hablamos por primera vez. Lo único que intuía era que viajaba con su madre y su hermana desde una ciudad cercana al lugar donde yo vivía. Los motivos que los habían traído hasta esta parte del continente eran meramente de carácter laboral.

Nathan tenía la misma edad y cursaba el mismo grado escolar (auque en otra escuela) que yo, cosa que fue básica para poder conocernos. En ese tiempo, refugiado en la escuela, prácticamente no dejaba mucho espacio para divertirme o para salir con amigos (de los cuales carecía) pero cuando lo conocí, no pude quitarme esa sensación de querer estar más rato con él o simplemente platicar acerca de lo que fuera para poder estar algunos minutos con él.

Cuando por fin lográbamos coincidir en las tardes, el tiempo se me pasaba volando, tal vez porque nunca había tenido un amigo hombre con el cual relacionarme o quizá porque él me consideraba algo más que un cerebro que hablaba y caminaba. No sé hasta qué punto pueda considerar que llegamos a ser buenos amigos o incluso los mejores amigos. Simplemente no nos iban esas etiquetas. Al menos no me preocupaba por ocupar alguno de esos puestos, a mi bastaba con estar a su lado.

Una de las mejores cosas que pudo haber pasado en ese tiempo fue que él se mudó a vivir al mismo sector en el que yo vivía y para que más les guste, sólo bastaba con cruzar la calle para estar inmediatamente en su casa. Desde ahí considero que todo comenzó a ser favorable.

Con el paso del tiempo, empezamos a ser bastante buenos amigos, él iba a mi casa a pasar el rato y yo también lo hacía algunos días. Casi siempre coincidíamos cuando sus padres salían de casa o cuando mi madre se ocupaba en alguno de sus asuntos y dejaba el hogar por unos momentos. La mayoría de nuestras actividades se centraban en jugar algo de videojuegos, ver televisión, hacer tareas y platicar de cualquier cosa que llamara nuestra atención en esos momentos. Algunas veces salíamos con sus primos cuando venían de visita. Por cierto, también íbamos a la misma iglesia, por lo que casi siempre era seguro verlo aunque fuera un rato.

No recuerdo muy bien cómo fue la manera en que empezamos a vernos de diferente manera de la que lo hacen los amigos. Ese día inició como cualquier otro, cada uno fue a la escuela y al término de ésta regresamos a nuestras casas. Era un viernes por la tarde cuando nos pusimos de acuerdo para ir a ver una película a su casa ya que no iban a estar su madre y su hermana. A mi me tocaba llevar las palomitas y a él escoger la película. Cuando llegué a su lugar ya estaba todo listo, así que nos pusimos a disfrutar un rato frente al televisor. La película tenía una que otra escena erótica (no era pornográfica por si lo estaban pensando) pero cada vez que aparecía era imposible que nuestras hormonas no empezaran a inquietarse y hacer que nuestro cuerpo enviará señales a lugares que no eran visitados muy frecuentemente por la luz del sol.

Nunca nadie había visto esa parte de mi anatomía al descubierto hasta esa tarde. No recuerdo a ciencia cierta cómo salió el tema pero de pronto empezamos a platicar si alguno de nosotros se había masturbado anteriormente o se había tocado pensando en alguien. Era obvio que a esa edad, aparte de los delirantes pero escasos sueños húmedos, ya habíamos tenido nuestros primeros acercamientos al auto placer; los suficientes como para tener experiencia en ese aspecto. Ambos coincidimos en que ya lo habíamos hecho anteriormente y en repetidas ocasiones (quién no). Luego de confirmar nuestras prácticas masturbatorias empezamos a preguntarnos las típicas interrogantes que suelen hacerse durante esa situación: ¿Qué tan grande la tienes? ¿Ya tienes vellos? ¿Ya te salen? ¿Qué, nos las enseñamos?

Yo creo que antes de llegar a la última pregunta yo ya me encontraba a tope por lo que no dudé en darle una respuesta favorable. Ahí estaba yo, en ese momento que había fantaseado tanto, conociendo esa parte de su cuerpo que en noches anteriores me había permitido soñar con escenarios enteros de placer que culminaban en una explosión de sensaciones en esa parte de mi cuerpo que tanto me gustaba tocar.

Primero observé cómo se desabrochaba sus pantalones de mezclilla y luego cómo su cremallera bajaba lentamente dejando asomar unos bóxers con diseño a cuadros, de cuyo color no logro recordar (rojos con verde supongo). Yo hice lo mismo. Él fue el primero en dejar al descubierto por completo su miembro. Ahí estaba, el pene más grande que había visto en mi corta vida. La verdad me faltan palabras para describirlo; a juzgar por el tamaño (y como luego dicen “a ojo de buen cubero”) mínimo tenía unos diecinueve centímetros de largo y alrededor de unos cinco de ancho, estaba rodeado por un ligero vello de color negro que dejaba entre ver dos grandes bultos en la base de éste (sus testículos), no estaba circuncidado y tenía una cierta pronunciación hacia el lado izquierdo. Ahí estaba, siendo sujetado con toda la mano mientras yo lo observaba como cual gato mira ansioso a su madeja de estambre.

Pocas palabras pude decir después de ver por primera vez un miembro real y a tan corta distancia. Así que, sin más, le mostré mi pene también, que desde que había empezado todo, estaba como un envase de refresco de cola con una cartera entera de mentas, a punto de explotar. Esa fue la masturbada más rápida que tuve, a lo mejor por ser la primera vez que veía un pene real o quizá porque era de ese chico con el que había tonteado desde hacía ya rato en sueños. Él también terminó pronto, al mismo tiempo que dejaba escapar uno que otro gemido de placer mientras llegaba al clímax del acto. Como era la primera vez que intimábamos hasta ese grado, no nos tocamos ni acercamos, solamente nos contemplamos el uno al otro, cada quien desde una orilla de la cama.

A decir verdad no podía creer que él me hubiera enseñado esa parte tan privada, tan suya. Nunca había pasado por mi mente que algún día llegaría a darme la mejor paja de mi vida al lado del chavo que había llegado para despertar en mi toda una serie de sentimientos y sensaciones que empezaba a descubrir. Vaya paquete que me había tocado, ni mandado a hacer.

Como parte de nuestras actividades después del colegio, el masturbarnos juntos casi a diario se volvió toda una costumbre que practicábamos apenas teníamos la oportunidad de estar solos. Siempre tratábamos de buscar una nueva forma de hacerlo, ya saben, para encontrarlo más divertido de lo que ya era, con ropa, sin ropa, en bóxers, con la mano contraria, al estilo de la película gay “Krampak” (nos sentábamos cada quien sobre su mano y esperábamos a que se nos adormeciera con el propósito de sentir que nos tocaba la mano de alguien más), con dos dedos, con las dos manos, en fin, de tantas maneras que nos hacían explotar de placer una y otra vez.

Después de nuestras maratónicas sesiones masturbatorias llevamos la experiencia al siguiente nivel. Oye y si me la agarras fueron las palabras que me dejaron frío mientras trataba de ordenarle a mi cerebro que ejecutara al pie de la letra esa oración imperativa que desde hacía mucho tiempo venia deseando escuchar. Al principio no supe cómo reaccionar, me invadieron los nervios, la ansiedad y la sola idea de tocarlo me hacía pensar que lo que estaba pasando en esa habitación, en esa tarde lluviosa, en ese momento en el que estábamos recostados en su cama, me pareciera totalmente irreal.

La primera sensación que tuvo mi mano al sujetar el pene de Nathan es algo difícil de describir. Una piel suave, tersa y con una elevada temperatura fue el comienzo de un sinfín de sensaciones realmente agradables. Firme y dura como un tronco se encontraba sujetada por mi mano mientras sus menudos vellos se colaban entre mis dedos. La primera reacción que él tuvo fue de placer al sentir que mi mano se movía hacia abajo y hacia arriba sin parar. Su cara me hacía sentir increíble, sabía que la forma en que lo estaba tocando era la que él esperaba, por lo que me aferre más a su miembro y no lo solté hasta que hubo escapado el último susurro de placer de los labios de Nathan, mismos susurros que dejé escapar un momento después.

Al final ahí estábamos los dos, tendidos sobre el edredón de su cama mientras nos mirábamos fijamente tratando de sopesar lo que acababa de ocurrir y que nos había dejado exhaustos. A que te gustó fue lo primero que escuché después de terminar aquel tremendo episodio. Creo que mi cara habló en lugar de mi boca y le dio a Nathan la respuesta que esperaba. Y cuando les digo que mi cara habló es por que en ese momento comprobé que mi sonrisa no podía ser más grande ni las palabras que le dije denotaban el mínimo atisbo de contradecir su razonamiento. Sí masturbarnos juntos, pero cada uno por su cuenta, era rico, esto era mejor, el sentir su cuerpo retorcerse de placer y su respiración agitada que me encendía cada vez más y más no tenía en ese momento comparación alguna. Hasta aquí ninguno de los dos había dicho que fuera gay o bisexual, simplemente éramos dos amigos que descubrían lo que no nos habían enseñado en clases de educación sexual.

Si antes manteníamos una relación de amistad buena, esto lo duplicó y pasamos a ser más que amigos. Cada vez inventábamos más excusas para poder estar solos y poner en práctica eso que tanto nos molaba. Ir a la biblioteca, tareas en equipo, salir a recolectar objetos para la clase del día siguiente, ir a jugar videojuegos, acampar los fines de semana en el patio de nuestras casas, visitar el abandonado cuarto de cosas viejas, ir a caminar por las mañanas al bosque, escuchar música en el auto de sus padres, ir a visitar a una amiga, entre muchas otras más, se convirtieron en las distracciones perfectas para continuar con nuestro pequeño secreto que a ambos nos resultaba extraordinariamente placentero.

Así como todo en esta vida avanza en etapas, lo mismo le ocurrió a la relación que manteníamos Nathan y yo. Así que era tiempo de escalar el próximo peldaño. No fue hasta pasados unos cinco meses después de estar teniendo estos encuentros cuando los dos nos pusimos frente a una situación, que de cierta forma, a mi me confirmó lo que venía sintiendo desde tiempo atrás y a él le revolvió un poco las ideas, que culminaron en un punto que leerán más delante.

Ese día Nathan y yo acordamos para pasar la noche del viernes juntos en mi casa con el pretexto de que al día siguiente tendríamos que hacer una tarea. Todo resultó como lo habíamos planeado. Ese día me pasé por la casa de él para ayudarle a empacar el pijama y lo necesario para pasar la noche en mi sitio. Ese día mi madre también estaría en casa, y por ser viernes llegaría más temprano de lo normal. Con todo listo, los dos arribamos a la casa y nos instalamos en mi habitación (que estaba enfrente de la de mi mamá). Como aún era temprano, nos pusimos a terminar las tareas pendientes de cada uno, jugamos videojuegos y luego tomamos cada quien una ducha para irnos a dormir.

Después de terminar cada una de nuestras ocupaciones, nos fuimos a la cama con el pretexto de que nos tendríamos que levantar temprano por la mañana. Así lo hicimos y pronto los dos nos encontramos bajo las sábanas. Antes de pasar al tema que realmente nos interesaba, echamos una breve plática para matar el tiempo y esperar a que no hubiera “moros en la costa”. Después de un rato, la plática se fue apagando mientras nuestras miradas se encontraban fijas como tratando de decir que ya era tiempo de dar el siguiente paso.

Poco a poco mi mano se fue metiendo debajo de las sábanas como si tratara de encontrar algo perdido. Primero empecé por tocar su suave pecho, luego su firme abdomen y con la ayuda de mis minuciosos dedos fui desabrochando el débil cordón que sujetaba su pijama. Antes de que se la quitara por completo, ya podía observar que algo estaba inquieto bajo ese pedazo de tela esperando a ser liberado. Y ahí estaba yo de nuevo, como ya lo había hecho en muchas ocasiones, sujetando su miembro mientras él poco a poco agitaba su respiración y se ponía a modo para que pudiera satisfacerlo como él quería.

Él hizo lo mismo conmigo, sólo me quedé con la camisa del pijama por en caso de que alguien fuera a entrar a la habitación sin avisar. Con nuestros cuerpos desnudos uno después del otro, la temperatura se fue elevando y cada roce que teníamos era como si una descarga eléctrica nos recorriera en todas direcciones. Yo sujetaba su pene y el hacía lo mismo cuando de pronto sus labios carnosos dejaron escapar otro murmullo, que como en ocasiones anteriores, me dejó atónito Tengo ganas de que tu boca pruebe mi pene—.

Era la primera vez que me encontraba frente a esa situación, sabía lo que era chupar una paleta o cualquier otro objeto, pero no sabía qué hacer con un pene. Al principio no estaba seguro de hacerlo, no por que me diera alguna sensación repulsiva o miedo, sino que no sabía qué era lo que tenía que hacer, si debía lamerlo o introducírmelo todo en la boca. Nathan me dijo que no me preocupara, que estando allí sabría qué hacer. Como aún no estábamos muy seguros de que nadie vendría a la habitación, me deslicé despacio y en silencio por debajo de las sábanas y en un santiamén me encontré con su miembro frente a mi cara esperando a ser devorado.

La primera sensación que experimenté fue como si tuviera un bombón en mi boca pero que en vez de hacerse blando, se fue tornando más rígido. Primero empecé por deslizar mi lengua a lo largo de su pene, recorriendo desde la punta hasta la base de éste. Luego sus testículos se encontraron con mi boca y poco a poco fui rodeándolos con mi lengua. Podía sentir cómo todo su cuerpo se estremecía una y otra vez cada que me enfilaba a recorrer su enorme y delicioso pene. Todavía podía saborear un poco al jabón que había utilizado para ducharse, por lo que su sabor era realmente agradable. Una vez que hube recorrido todo su miembro de arriba a abajo, poco a poco fui introduciéndolo en mi boca como si se tratara de un caramelo. Una vez que lo tuve dentro, pude sentir como ocupaba por completo mi cavidad bucal mientras mi lengua en repetidas ocasiones rozaba su glande y jugueteaba con su prepucio.

Para ese momento él ya estaba a mil y el vaivén de su pelvis penetrando mi boca pasó de ser lento y tranquilo a ser una oleada masiva de entradas y salidas constantes. Sus grandes manos sujetaban mi cabeza tratando de que mi boca no se despegara nunca de su cuerpo, pues el placer que en ese momento sentía no se comparaba con ninguno otro que hubiera experimentado (así lo hacía parecer). El sentir el pene de Nathan en mi boca hacía que mi cuerpo temblara de placer una y otra vez. Desesperado de excitación sus manos empezaban a recorrer todo mi cuerpo mientras en voz baja y desesperada me decía que no dejara de saborearlo.

Como su pene era demasiado grande, no podía introducírmelo de tajo así que para que sintiera que podía abarcar todo su miembro, lo alternaba con una serie de lamidas que le hacían dejar escapar gemidos de placer. Mi lengua al jugar con sus testículos podía sentir que éstos se encontraban a punto de explotar y que cada vez que los rozaba, me sugerían tácitamente que no dejara de hacerlo. Como era de esperarse, mi boca se encontró con el sabor salado y afrutado de su líquido seminal que se dejaba sentir en la punta de su glande no circuncidado.

Casi sin pensarlo, ya había pasado más de quince minutos bajo las sábanas disfrutando de su miembro sin importarme que mi madre pudiera entrar o escuchar las respiraciones agitadas que manteníamos. El sólo sentir cómo su cuerpo se apretaba contra el mío para que no me detuviera, elevaba mi excitación cada vez más y me llevaba a un punto de placer que en las masturbadas del diario no tenía comparación. Y esto se vino a comprobar al instante en que mi pene sintió la humedad de su boca y la manera revoltosa de jugar que tenía su lengua con mi miembro. Esa noche, sin hacer el mínimo desaire, ambos tuvimos unos de los mayores placeres de nuestras vidas adolescentes. Sin dudarlo, los dos sabíamos que al momento de llegar a nuestro clímax sería tan intenso que la idea de cómo sería aquello nos absorbía por completo. Y así fue, la mayor eyaculación que había tenido desde que descubrí que mi cuerpo podía hacerlo. Por su parte, la cara de placer de Nathan esa noche es algo que no podré borrar de mi mente. Nunca le había visto esa manera de rodearme con sus brazos y de mirarme fijamente como si estuviera ante algo totalmente desconocido. Si eso era todo lo que habíamos descubierto hasta entonces, no me imaginaba lo que podríamos encontrar si seguíamos con nuestra ardua labor de exploración y descubrimiento.

No puedo describirles la sensación de lo que es tener un pene en tu boca (a menos de que ya lo hayan tenido, sabrán de lo que les hablo). Lo que si les puedo decir es que el sexo oral fue algo maravilloso y extremadamente agradable que seguimos repitiendo con una frecuencia descabellada. Tratábamos de hacerlo cuanto podíamos, sin importarnos que fuera desde la misma habitación de siempre hasta en algunos rincones de alguna iglesia que solíamos frecuentar constantemente. La tienda de campaña que teníamos nunca se usó tanto como en esa época. Esa tienda se convirtió en el espacio donde podíamos darle rienda suelta a nuestros placeres, en donde nuestros cuerpos desnudos se fundían en una acalorada sesión de sexo oral al por mayor. El recorrer su cuerpo con mi boca ha sido una de las sensaciones que no he podido repetir desde aquel momento.

Nathan pasó de ser aquel chico que llegó un cierto día a convertirse en el amante perfecto que a esa edad pude haber tenido por mucho. Su desinhibida forma de ser, su falta de tabúes y su completo entregue al placer nos dio la pauta para disfrutar una y otra vez y hasta varias veces en un mismo día de lo que nuestros genitales eran capaces de resistir. Así pasaron tres años de haber iniciado esa noche debajo de las sábanas de mi habitación, uno de los pasatiempos favoritos que teníamos.

En esos años, Nathan y yo nunca nos animamos a dar el siguiente paso (que era la penetración) a lo mejor por miedo o por no saber si la sensación que fuéramos a tener sería tan gratificante como la que estábamos acostumbrados a sentir. Ahora que lo pienso creo que si hubiéramos llevado a cabo esa parte de la relación aún seguiríamos juntos. Pero no fue así y un cierto día, Nathan se marchó del pueblo por razones que sólo él tuvo para hacer.

Cuando él se fue, yo ya estaba totalmente “crusheado”, si me preguntan, totalmente atraído por su cuerpo y enamorado del alma que lo habitaba. El necesitar de su presencia, de su afecto, de sus risas, de la mirada que hacía mover todo mi interior, de su única manera de tocarme, de hacerme sentir hombre, de saber que allí estaba para cualquier cosa que necesitara, se desvaneció cuando lo vi marcharse lejos, como si nada hubiera ocurrido entre los dos.

Así pasaron los días y las esporádicas veces que llegaba a venir al pueblo, donde pasó tan agradables momentos, no eran suficientes para sentir lo que habíamos vivido y cada vez más él perdía el interés por dejarse llevar y terminar en una explosión de placer como en los viejos tiempos. Siempre usaba alguna excusa barata para dejar de lado el tema. Todo esto llegó a su término cuando nos vimos por última vez. Para ese entonces yo ya tenía alrededor de dieciocho años y me encontraba a punto de iniciar mi carrera.

Ese día que él llegó a mi casa no me lo esperaba así que ya se han de imaginar cómo me temblaron las piernas, me sudaron las manos y el estómago se me llenó de mariposas. A pesar de estar lejos, yo aún seguía sintiendo un montón de cosas, le seguía queriendo aunque él no lo supiera o pretendiera no hacerlo. Nathan siempre fue respetuoso y nunca hizo algún comentario o realizó una acción con el motivo de hacerme sentir mal. Siempre se portó como un caballero, incluso en el momento ese que llegó a mi casa y cuando yo traté de abrazarlo y darle un beso (el primero que intentaba darle porque a Nathan no le gustaban), me retiró de manera delicada y me dijo que lo había pensado bien y que por “experiencias” que había tenido en los lugares en los que había estado, que no le iba más lo del rollo gay, que se había confundido pero que después de reflexionarlo, las chicas eran lo que buscaba y con las que quería estar de la manera en que lo había hecho conmigo.

En ese momento, recordé todos los días en que éramos inseparables, que compartíamos nuestras cosas, que nos escabullíamos a la menor oportunidad que tuviéramos y que también, nos habíamos conocido de una manera en la que no todos los amigos se conocen (sino imagínense que caos sería esto). Así que el escuchar que a él no le iba el rollo gay y que ya incluso tenía novia fue ahora sí como un balde de agua fría que terminó por apagar las descargas eléctricas que recorrían mi cuerpo cada vez que lo sentía cerca de mi.

Aún inmutado de estupor, lo único que le dije fue que me dolía que ya no tendría la oportunidad de seguir con él, de que lo que había ocurrido sólo se quedaría como un bonito recuerdo que había tenido en años pasados y que aunque no lo imaginara, en todos esos días, aparte de haber aprendido a tener sexo, lo había aprendido a querer y a preocuparme por las cosas que le ocurrieran. Nunca supe que paso por su mente porque no me dio respuesta alguna y rápidamente pasó de tema de conversación porque llegaron otras personas a donde nos encontrábamos los dos. Después de un rato, Nathan se levantó y de manera amable se retiró. Esa fue la última vez que vi su rostro, un rostro bien definido por una mandíbula que le daba una perfecta forma oval.


Sé que muy dentro de el aún queda un rasgo del adolescente que conocí un día como tantos de los que pasan y del cual me enamoré sin darme cuenta y que conseguí entregarle una parte de mi que no le he dado a nadie más desde aquel momento. Ojalá y pueda conocer nuevamente a un Nathan que me sacuda de la manera en que él lo hizo y que aparte de darme el mejor sexo de mi vida, pueda quererme de la manera en que lo merezco. Así que solamente queda cuestionarme algo acerca de Nathan: ¿Y, si siguiera aquí?...

No hay comentarios:

Publicar un comentario